Cuando se dio cuenta, como siempre, ya era demasiado tarde. El tapón
del bote de kepchup se había destupido a causa de la presión elevada
con que apretaba y la salsa saltó directamente a la blusa blanca,
dejando su impronta y su color tan intenso a la vista de todo el mundo.
Se
lamentó una vez más, como tantas otras, por la mala suerte que tenía
con abrir cosas que luego ella acababa derramándose por encima.
Eso
sí, con la blusa manchada, pero la dignidad inmaculada, autoconvencida
de su generosidad, de su grandeza y, sobre todo, firmemente convencida
de su capacidad de hacer caer rendidos muchos hombres a sus pies.
Ya
había sobrepasado los 35 y aún no había encontrado el hombre ideal, el
definitivo; cierto es que había disfrutado, hasta entonces, de una
verdadera legión de hombres que la admiraban, que caían rendidos a sus
pies.
En su trabajo, era también muy reconocida por la mayoría de
sus compañeros, al tiempo que era"envidiada" por la mayor parte de
compañeras.Esto le producía un doble efecto, le provocaba un sabor
agridulce: por un lado, le repateaba la puñetera costumbre de envidiar
por parte de otras mujeres, muchas de las cuales no dudaban luego de
criticarla, en pedirle favores a cuenta: y por otro lado, le ponía a
tope el orgullo, su orgullo, el hecho de sentirse tan admirada y deseada
por los hombres de la oficina.
Pero se había acostumbrado, era una constante en su vida, ser envidiada por otras y admirada por muchos hombres.
Esto
lo recordaba como algo siempre presente en su vida, ya cuando ella era
la favorita de su padre y percibía, al mismo tiempo, el rechazo
envidioso de sus hermanas mayores.
Su visión de la vida era
tremendamente particular e interpretaba todo a su gusto y conveniencia.
Ajustaba las leyes a lo que a ella le convenía. Creencias, normas ,
conceptos y pareceres de los que era partícipe estaban hechos como por
encargo para ella.
Ahora bien, solía decir que el mandamiento
mayor siempre era y sería "el amor", que el amor lo justifica todo, el
amor es lo que realmente mueve al mundo. Las muchas necesidades que
colectivos de población como los inmigrantes subsaharianos tenían sin
poder satisfacer, necesidades tan básicas como alimentación, un techo y
un poco de comprensión empática, la habían llevado a participar en
algunas ONG, casi siempre en tareas que podriamos denominar "vistosas",
de cara al público.
A veces estas "actuaciones" le recordaban un
poco su infancia, aquellas tardes de domingo de invierno en las que la
familia solía reunirse para una merienda de chocolate con churros y en
las que tras merendar , después de ayudar a recoger la mesa, siempre
hacía una de sus actuaciones, siempre tan simpática y encantadora, tan
seductora con todos. Era muy curioso ver cómo una niña tan pequeña podía
estar pendiente de las necesidades o deseos de todo el mundo.
En
su adolescencia, el amor era AMOR, completamente sublimado, ella misma
suscribía una frase que le había dicho un psicoterapeuta:"Tú, con tu
temperamento y el ideal de pareja tan elevado te acabarás enamorando del
AMOR en vez de un hombre en concreto".
Pensando en su futuro, con
ese hombre ideal, luchando por su bienestar, dando muestras de su
coraje y valor, soñando con esa casita( ella lo verbalizaba así, pero lo
que en realidad quería era un verdadero casoplón, un tanto rancio,
dicho sea de paso), soñando con todo esto, se sentía la mismísima
Scarlet O'Hara en la escena memorable en la que coge un puñado de tierra
y comienza a declarar aquello:.."A Dios pongo por testigo.......".
Ese
personaje, el de la señorita Escarlata en "Lo que el viento se llevó"
le fascinaba, se sentía tremendamente identificada con ella.
Completamente
dormida a su realidad, a su triste realidad neurótica de alguien que no
puede reconocer sus propias carencias, de alguien que no es capaz de
conectar con su debilidad, su temor, se había convertido en una mujer
con belleza, una belleza realzada a base de maquillajes, cremas y el uso
de todo tipo de accesorios que resaltasen sus rasgos.
Se había
ganado, entre los varones, una fama de mujer seductora, vampiresa, femme
fatale. Muchas veces, es cierto, su actitud seductora de vampiresa
rozaba un poco el ridículo y, eso causaba alguna mofa y burla que otra.
Para ella eran simples puñaladas de hombres para los que no había mirado ni prestado la más mínima atención.
Otras
mujeres, eso argumentaba, la envidiaban por la destreza con que
conseguía poner a los hombres de rodillas ante sí. El secreto, decía,
consistía en el ejercicio de lo que se da en llamar "caracter gatuno",
ser una mujer "gatuna". Eso significaba mucha caída de ojos, roce( como
los gatos, arqueando la espalda), ronroneo casi constante y otras
lindezas que consiguen mantener el interés de los hombres por una mujer ,
o mejor dicho, por lo que ellos consideran una MUJER.
Aquella
tarde se había citado con ese estudiante, ya mayorcito, que había
conocido en una fiesta celebrada para singles. En realidad no sabía nada
de él, pero sí reconocía que era guapo, muy guapo, un hombre
interesante y un tanto enigmático. De él se decía que había rechazado a
la mayoría de las chicas que se le habían acercado.
Ella, en un
arranque de ORGULLO, orgullo gatuno, había prometido a su círculo que
aquel enigmático hombre caería pronto a sus pies, y ese era el día.
Llegó al portal del apartamento en el que él vivía solo; era pequeño pero le permitía vivir con total autonomía.
Le
abrió la puerta , le dio dos besos de bienvenida y casi al momento se
sentaron a cenar. Él se había encargado de todo y pareció siempre
demostrar un verdadero interés por ella. De esa certeza sobre su
interés procedía la seguridad de ella sobre el hecho de que este
atractivo especimen cayera rendido a sus pies.
La cena transcurrió
entre risas, ronroneos, y encorvamientos de espalda, pura seducción
mezclada con unas notas de ingenuidad y un poco de comportamiento
lisonjero hacia su presa. Estaba todo conseguido, pensó ella, ahora a
disfrutar libremente un ratito.
Cuando entraron en el dormitorio,
él se dio prisa en apagar la luz dejando solamente encendida la del
hall, que penetraba muy tímidamente en la habitación, que dejaba
entrever algunos reflejos y sombras tenues. Cuando él, después de
besarla, la arrojó con un pequeño empujoncito sobre la cama, ella creyó
ver dibujarse sobre la pared una mano sosteniendo algo alargado y
delgado. Fue un instante, al segundo observó el reflejo y el brillo de
una hoja de puñal, larga y con forma de estilete que él blandía. Y al
mirarle el rostro descubrió, con estremecimiento, que su boca dibujaba
una mueca parecida a una sonrisa maligna. Solo en décimas de segundo,
consiguió articular una última maniobra que le permitiera salvar el
pellejo, y en ese instante, ronroneó mientras el estilete entraba en la
piel buscando directamente su corazón.
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