domingo, 13 de octubre de 2013

NO HAY NADA COMO CREERSELO

Cuando se dio cuenta, como siempre, ya era demasiado tarde. El tapón del bote de kepchup se había destupido a causa de la presión elevada  con que apretaba y la salsa saltó directamente  a la blusa blanca, dejando su impronta y su color tan intenso a la vista de todo el mundo.
Se lamentó una vez más, como tantas otras, por la mala suerte que tenía con abrir cosas que luego ella acababa derramándose por encima.
Eso sí, con la blusa manchada, pero la dignidad inmaculada, autoconvencida  de su generosidad, de su grandeza y, sobre todo, firmemente convencida de su capacidad  de hacer caer rendidos muchos hombres a sus pies.
Ya había sobrepasado los 35 y aún no había encontrado el hombre ideal, el definitivo; cierto es que había disfrutado, hasta entonces, de una verdadera legión de hombres que la admiraban, que caían rendidos a sus pies.
En su trabajo, era también muy reconocida por la mayoría de sus compañeros, al tiempo que era"envidiada" por la mayor parte de compañeras.Esto le producía un doble efecto, le provocaba un sabor agridulce: por un lado, le repateaba la puñetera costumbre de envidiar por parte de otras mujeres, muchas de las cuales no dudaban luego de criticarla, en pedirle favores a cuenta: y por otro lado, le ponía a tope el orgullo, su orgullo, el hecho de sentirse tan admirada y deseada por los hombres de la oficina.
Pero se había acostumbrado, era una constante en su vida, ser envidiada por otras y admirada por muchos hombres.
Esto lo recordaba como algo siempre presente en su vida, ya cuando ella era la favorita de su padre y percibía, al mismo tiempo, el rechazo envidioso de sus hermanas mayores.
Su visión de la vida era tremendamente particular e interpretaba todo a su gusto y conveniencia. Ajustaba las leyes a lo que a ella le convenía. Creencias, normas , conceptos y pareceres de los que era partícipe estaban hechos como por encargo para ella.
Ahora bien, solía decir que el mandamiento mayor siempre era y sería "el amor", que el amor lo justifica todo, el amor es lo que realmente mueve al mundo. Las muchas necesidades que colectivos de población como los inmigrantes subsaharianos tenían sin poder satisfacer, necesidades tan básicas  como alimentación, un techo y un poco de comprensión empática, la habían llevado a participar en algunas ONG, casi siempre en tareas que podriamos denominar "vistosas", de cara al público.
A veces estas "actuaciones" le recordaban un poco su infancia, aquellas tardes de domingo de invierno en las que la familia solía reunirse para una merienda de chocolate con churros y en las que tras merendar , después de  ayudar a recoger la mesa, siempre hacía una de sus actuaciones, siempre tan simpática y encantadora, tan seductora con todos. Era muy curioso ver cómo una niña tan pequeña podía estar pendiente de las necesidades o deseos de todo el mundo.
En su adolescencia, el amor era AMOR, completamente sublimado, ella misma suscribía una frase que le había dicho un psicoterapeuta:"Tú, con tu temperamento y el ideal de pareja tan elevado te acabarás enamorando del AMOR en vez de un hombre en concreto".
Pensando en su futuro, con ese hombre ideal, luchando por su bienestar, dando muestras de su coraje y valor, soñando con esa casita( ella lo verbalizaba así, pero lo que en realidad quería era un verdadero casoplón, un tanto rancio, dicho sea de paso), soñando con todo esto, se sentía la mismísima Scarlet O'Hara en la escena memorable en la que coge un puñado de tierra y comienza a declarar aquello:.."A Dios pongo por testigo.......".
Ese personaje, el de la señorita Escarlata en "Lo que el viento se llevó" le fascinaba, se sentía tremendamente identificada con ella.
Completamente dormida a su realidad, a su triste realidad neurótica de alguien que no puede reconocer sus propias carencias, de alguien que no es capaz de conectar con su debilidad, su temor, se había convertido en una mujer con belleza, una belleza realzada a base de maquillajes, cremas y el uso de todo tipo de accesorios que resaltasen sus rasgos.
Se había ganado, entre los varones, una fama de mujer seductora, vampiresa, femme fatale. Muchas veces, es cierto, su actitud seductora de vampiresa rozaba un poco el ridículo y, eso causaba alguna mofa y burla que otra.
Para ella eran simples puñaladas de hombres para los que no había mirado ni prestado la más mínima atención.
Otras mujeres, eso argumentaba, la envidiaban por la destreza con que conseguía poner a los hombres de rodillas ante sí. El secreto, decía, consistía en el ejercicio de lo que se da en llamar "caracter gatuno", ser una mujer "gatuna". Eso significaba mucha caída de ojos, roce( como los gatos, arqueando la espalda), ronroneo casi constante y otras lindezas que consiguen mantener el interés de los hombres por una mujer , o mejor dicho, por lo que ellos consideran una MUJER.
Aquella tarde se había citado con ese estudiante, ya mayorcito, que había conocido en una fiesta celebrada para singles. En realidad no sabía nada de él, pero sí reconocía que era guapo, muy guapo, un hombre interesante y un tanto enigmático. De él se decía que había rechazado a la mayoría de las chicas que se  le habían acercado.
Ella, en un arranque de ORGULLO, orgullo gatuno, había prometido a su círculo que aquel enigmático hombre caería pronto a sus pies, y ese era el día.
Llegó al portal del apartamento en el que él vivía solo; era pequeño pero le permitía  vivir con total autonomía.
Le abrió la puerta , le dio dos besos de bienvenida y casi al momento se sentaron a cenar. Él se había encargado de todo y pareció siempre demostrar un verdadero interés por ella. De esa certeza sobre su interés  procedía la seguridad de ella sobre el hecho de que este atractivo especimen cayera rendido a sus pies.
La cena transcurrió entre risas, ronroneos, y encorvamientos de espalda, pura seducción mezclada con unas notas de ingenuidad y un poco de comportamiento lisonjero hacia su presa. Estaba todo conseguido, pensó ella, ahora a disfrutar libremente un ratito.
Cuando entraron en el dormitorio, él se dio prisa en apagar la luz  dejando solamente encendida la del hall, que penetraba muy tímidamente en la habitación, que dejaba entrever algunos reflejos y sombras tenues. Cuando él, después de besarla, la arrojó con un pequeño empujoncito sobre la cama, ella creyó ver dibujarse sobre la pared una mano sosteniendo algo alargado y delgado. Fue un instante, al segundo observó el reflejo y el brillo de una hoja de puñal, larga y con forma de estilete que él blandía. Y al mirarle el rostro descubrió, con estremecimiento, que su boca dibujaba una mueca parecida a una sonrisa maligna. Solo en décimas de segundo, consiguió articular una última maniobra que le permitiera salvar el pellejo, y en ese instante, ronroneó mientras el estilete entraba en la piel buscando directamente su corazón.

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