Ella se habia ganado por méritos propios el apelativo de la
"masoca". Su capacidad de aguante era proverbial, todos y todas la
habían perseguido de pequeña por la plaza del pueblo tirándole bolas de
nieve en invierno y piedrecitas de las que adornaban la fuente durante
el verano. Pero ella siempre respondía con entereza y , podriamos decir,
resignación.
"Sufría por dentro", decían las niñas de su
edad. Nunca la rechazaron, al contrario, la acogieron siempre entre
ellas con verdadero afecto por su afectividad, honestidad y afán de
superación, cualidades que años más tarde, en el equipo de tenis de su
zona, las llevaron a la gran final intermunicipal de España y terminaron
haciéndose con el oro gracias a ella( la masoca)y su afán y entrega.
La
verdad es que según pasaron los años y transitó desde la adolescencia a
la vida adulta, tal vez por ser físicamente agraciada o tal vez por
ser mujer de grandes logros personales, retadora de sí misma, luchadora
infatigable y conseguidora de lo que se propuso siempre, o tal vez por
todas estas cualidades juntas, fue ganándose un hueco en cada lugar:
casa de amigos, amigas, empresas, instituciones o cualesquiera otros
sitios por los que en aquella época pasó.
Las convenciones
sociales habían dado la vuelta a los principios morales, antaño en boga,
y se sustentaban las virtudes actualmente sobre premisas como la
capacidad de aguante, la empatía, el liderazgo, la mediación en
conflictos y la tan cacareada RESILIENCIA. Esto último era su lado más
fuerte, su verdadera seña de identidad.
En pocas palabras, de
aquella niña "masoca" ya no quedaba nada, todo se había transformado,
como por arte de birli birloque, en un entramado de virtudes y
cualidades a las que ahora se llamaba competencias de la inteligencia
emocional. La inteligencia emocional... ese término, pensaba, había
acudido al rescate de su triste y sufrida vida para hacer de una oruga
retorcida sobre sí misma una exultante mariposa de vuelo alegre y
colorista.
La primera vez que lo vio fue al salir de clase de
chino en aquella academia exótica que había en su barrio. Le había
llamado la atención su vestir tan personal y elegante. Un día, él la
paró con una excusa cualquiera.
Habían quedado varias veces a
comer y algo habría probablemente nacido de aquello si no se hubiera
cruzado por medio aquella mujer, verdadera gatuna y aduladora experta,
que la hizo, por un tiempo breve, sentirse nuevamente como la masoca y
sufrir en silencio.
Pero eso duró un suspiro, supo dejar atrás la
situación, reconocer con qué clase de imbécil había estado a punto de
embarcarse, lo tachó mentalmente haciendo el gesto en el aire y allí
acabó ese asunto del hombre elegante sin cerebro.
Su inteligencia
emocional era su mejor garante, era una fan de la escritora Susanna
Tamaro y siempre recordaba la última frase de su libro Donde el corazón te lleve, la tenía muy presente en momentos de decisiones presentes y futuras.
Ahora
bien, su verdadera voracidad en autoexigencias, su desgraciada
interpretación neurótica de que "sólo te van a querer si sufres y
aguantas" le habían jugado muy malas pasadas en su vida.
El personaje de la "masoca" la acompañaba siempre, se había convertido en una verdadera sombra.
Sus
experiencias más importantes como ser humano eran siempre sazonadas con
un poco de angustia y temores, más allá de lo esperable para cualquier
otra persona, así lo pensaba ella.
Eso sí, sus altas capacidades
intelectivas , unidas a su tenacidad le habían permitido acceder de
manera satisfactoria al mundo laboral y conseguir un buen puesto en la
Administración Pública, llevaba unos años de auténtico bienestar en lo
referente a sus pretensiones profesionales, de conocimientos, de
desarrollo de sus aptitudes. Sin embargo, a pesar de todo, la vida
seguía en el fondo siendo una cuesta demasiado empinada. En lo referente
a amores, más que difícil, y en lo que respecta a la familia, casi un
imposible.
Demasiado sufrimiento siempre por dentro,demasiadas buenas caras por fuera para morir por dentro.
El
terreno de las relaciones afectivas , su terreno, parecía una ciénaga,
siempre tan inestable, tan variable.Ella sabía que no era fácil para las
relaciones, que sus frecuentes estallidos en la intimidad eran siempre
una cortapisa que alejaba a mucha gente.
Su contacto con la
espiritualidad y posteriormente con la religión le habían resultado un
verdadero bálsamo y en ello seguía comprometida, cada día más. Pero
necesitaba reforzar su fe en sí misma, creer más en lograr las cosas
sin que la angustia dominara su vida. Necesitaba algo más. Tal vez fue
por esto por lo que se animó a entrar en contacto con aquellas monjas
misioneras, sobre todo con Sor Lucinda, con la que se entendió desde el
primer día a las mil maravillas.
Sor Lucinda era como su alma
gemela, dotada también de una gran inteligencia emocional, dispuesta
siempre al sacrificio y a la entrega a los demás. Era , evidentemente,
no sólo su alma gemela en muchos aspectos, sino también el espejo en el
que mirarse. Por eso, cuando Sor Lucinda le habló de aquel trabajo en
la selva de Borneo ella no lo pensó dos veces y, rápidamente, aceptó la
oferta. Pediría en su trabajo un año de excedencia, algo que venía
pensando desde hacía un tiempo.
Y para aquel inhóspito lugar
partieron Sor Lucinda y ella. Se rumoreaba que aún quedaba en aquellos
parajes alguna tribu que practicaba la antropofagia, aunque nadie tenía
constancia fehaciente de ello.
Al tercer dia de estancia en la
misión, ambas se apuntaron como voluntarias para visitar una zona de la
selva que los religiosos y religiosas aún no habían explorado.
En
medio del camino, el pequeño grupo de misioneros y misioneras fue
abordado por indígenas de aspecto un tanto peculiar, distinto al de
otras comunidades indígenas. Estos parecían por su vestimenta y
abalorios un tanto más agresivos. Pero ya se sabe que si hay gente de
buena fe y que aún mantiene algo de inocencia son precisamente la gente
de misiones, así que, sin miedo ni sospecha alguna, fueron dirigidos,
sin oponer resistencia, al poblado.
Nada más llegar, ella se dio
cuenta de todo, interpretó, sirviéndose de su inteligencia emocional,
los gestos de aquellos aborígenes. Aquellas sonrisas que dejaban ver
todos los dientes, los que les quedaban, no eran en realidad de
bienvenida, sino de "¡qué ricos estarán y qué hambre tenemos!"
Allí
estaba su final, el final de la "masoca", la sufridora. -"¡Qué ironía
del destino!", pensó. Pero tal vez el destino no juega con la ironía,
sino que simplemente se dedica a ser eso, DESTINO.
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