miércoles, 2 de octubre de 2013

UNA VIDA SUFRIDA SIN QUE SE NOTE

Ella se habia ganado por méritos propios  el apelativo de la "masoca". Su capacidad de aguante era proverbial, todos y todas la habían perseguido de pequeña por la plaza del pueblo tirándole bolas de nieve en invierno y piedrecitas de las que adornaban la fuente durante el verano. Pero ella siempre respondía con entereza y , podriamos decir, resignación.
"Sufría por dentro", decían las niñas de su edad. Nunca la rechazaron, al contrario, la acogieron siempre entre ellas con verdadero afecto por su afectividad, honestidad y afán de superación, cualidades que años más tarde, en el equipo de tenis de su zona, las llevaron a la gran final intermunicipal de España y terminaron haciéndose con el oro gracias a ella( la masoca)y su afán y entrega.
La verdad es que según pasaron los años  y transitó desde la adolescencia a la vida  adulta, tal vez por ser físicamente agraciada o tal vez por ser mujer de grandes logros personales, retadora de sí misma, luchadora infatigable y conseguidora de lo que se propuso siempre, o tal vez por todas estas cualidades juntas, fue ganándose un hueco en cada lugar: casa de amigos, amigas, empresas, instituciones o cualesquiera otros sitios por los que en aquella época pasó.
Las  convenciones sociales habían dado la vuelta a los principios morales, antaño en boga, y se sustentaban las virtudes actualmente sobre premisas como la capacidad de aguante, la empatía, el liderazgo, la mediación en conflictos y la tan cacareada RESILIENCIA. Esto último era su lado más fuerte, su verdadera seña de identidad.
En pocas palabras, de aquella niña "masoca" ya no quedaba nada, todo se había transformado, como por arte de birli birloque, en un entramado de virtudes  y cualidades a las que ahora se  llamaba competencias de la inteligencia emocional. La inteligencia emocional... ese término, pensaba, había acudido al rescate de su triste y sufrida vida para hacer de una oruga retorcida sobre sí misma una exultante mariposa de vuelo alegre y colorista.
La primera vez que lo vio fue al salir de clase de chino en aquella academia exótica que había en su barrio. Le había llamado la atención su vestir tan personal y elegante. Un día, él la paró con una excusa cualquiera.
Habían quedado varias veces a comer y algo habría probablemente nacido de aquello si no se hubiera cruzado por medio aquella mujer, verdadera gatuna y aduladora experta, que la hizo, por un tiempo breve, sentirse nuevamente como la masoca y sufrir en silencio.
Pero eso duró un suspiro,  supo dejar atrás la situación, reconocer con qué clase de imbécil había estado a punto de embarcarse, lo tachó mentalmente haciendo el gesto  en el aire y allí acabó ese asunto del hombre elegante sin cerebro.
Su inteligencia emocional era su mejor garante, era una fan de la escritora Susanna Tamaro y siempre recordaba  la última frase de su libro Donde el corazón te lleve,  la tenía muy presente en momentos de decisiones presentes y futuras.
Ahora bien, su verdadera voracidad en autoexigencias, su desgraciada interpretación neurótica de que "sólo te van a querer si sufres y aguantas" le habían jugado muy malas pasadas en su vida.
El personaje de la "masoca" la acompañaba siempre, se había convertido en una verdadera sombra.
Sus experiencias más importantes como ser humano eran siempre sazonadas con un poco de angustia y temores, más allá de lo esperable para cualquier otra persona, así lo pensaba ella.
Eso sí, sus altas capacidades intelectivas , unidas a su tenacidad le habían permitido acceder de manera satisfactoria al mundo laboral y conseguir un buen puesto en la Administración Pública, llevaba unos años de auténtico bienestar en lo referente a sus pretensiones profesionales, de conocimientos, de desarrollo de sus aptitudes. Sin embargo, a pesar de todo, la vida seguía en el fondo siendo una cuesta demasiado empinada. En lo referente a amores, más que difícil, y en lo que respecta a la familia, casi un imposible.
Demasiado sufrimiento siempre por dentro,demasiadas buenas caras por fuera para morir por dentro.
El terreno de las relaciones afectivas , su terreno, parecía una ciénaga, siempre tan inestable, tan variable.Ella sabía que no era fácil para las relaciones, que sus frecuentes estallidos en la intimidad eran siempre una cortapisa que alejaba a mucha gente.
Su contacto con la espiritualidad y posteriormente con la religión le habían resultado un verdadero bálsamo y en ello seguía comprometida, cada día más. Pero necesitaba reforzar su fe en sí misma, creer más en lograr  las cosas sin que la angustia dominara su vida. Necesitaba algo más. Tal vez fue por esto  por lo que se animó a entrar en contacto con aquellas monjas misioneras, sobre todo con Sor Lucinda, con la que se entendió desde el primer día a las mil maravillas.
Sor Lucinda era como su alma gemela, dotada también de una gran inteligencia emocional, dispuesta siempre al sacrificio y a la entrega a los demás. Era , evidentemente, no sólo su alma gemela en muchos aspectos, sino también el espejo en el que mirarse. Por eso, cuando Sor Lucinda le habló de aquel trabajo  en la selva de Borneo ella no lo pensó dos veces y, rápidamente, aceptó la oferta. Pediría en su trabajo un año de excedencia, algo que venía pensando desde hacía un tiempo.
Y para aquel inhóspito lugar partieron Sor Lucinda y ella. Se rumoreaba que aún quedaba en aquellos parajes alguna tribu que practicaba la antropofagia, aunque nadie tenía constancia fehaciente de ello.
Al tercer dia de estancia en la misión, ambas se apuntaron como voluntarias para visitar una zona de la selva que los religiosos y religiosas aún no habían explorado.
En medio del camino, el pequeño grupo de misioneros y misioneras fue abordado por indígenas de aspecto un tanto peculiar, distinto al de otras comunidades indígenas. Estos parecían por su vestimenta y abalorios un tanto más agresivos. Pero ya se sabe que si hay gente de buena fe y que aún mantiene algo de inocencia son precisamente la gente de misiones, así que, sin miedo ni sospecha alguna, fueron dirigidos, sin oponer resistencia, al poblado.
Nada más llegar, ella se dio cuenta de todo, interpretó, sirviéndose de su inteligencia emocional, los gestos de aquellos aborígenes. Aquellas sonrisas que dejaban ver todos los dientes, los que les quedaban, no eran en realidad de bienvenida, sino de "¡qué ricos estarán y qué hambre tenemos!"
Allí estaba su final, el final de la "masoca", la sufridora. -"¡Qué ironía del destino!", pensó. Pero tal vez el destino no juega con la ironía, sino que simplemente se dedica a ser eso, DESTINO.

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