Madrugar los fines de semana
Llevo ya un rato despierto, decido levantarme, son las 7 y 10 de la mañana y es sábado.
Para personas lentas, como yo, el ganarle alguna hora al día, a la vigilia tiene su encanto, nos pone en programa "útil". A mí incluso me hace sentirme productivo y, a veces, llega a serlo realmente.
La primera tarea del día, la alimentación, el desayuno.
Un desayuno slow, completamente slow, sin que falte de nada y recreándome en el acto de la nutrición en su totalidad.
Me gusta hacerlo en la cocina, en la barra y con mi IPad y un cargador al lado, mientras desayuno empieza mi contacto con la realidad, con el mundo( el mundo desde mi cocina) .
El ponerse al día de lo acontecido en el mundo me pilla en una disposición parecida a la que debe de tener un astronauta cuando contempla la tierra desde la estación espacial. Desde esta disposición compruebo y recompruebo que he llegado a este momento de mi vida en el estado físico y mental que me encuentro no gracias a lo que la sociedad ha puesto a mi disposición en medios y oportunidades, sino "a pesar de ello".
Dar por terminado el desayuno y pasar a la fase siguiente se me hace difícil, es la primera puesta a prueba de mi voluntad soberana. Suelo retrasarme, ya que tengo tiempo a mi favor, pero aquí pierdo parte de la ventaja, mucha ventaja.
La ducha tiene un mínimo de 10 minutos de duración en los que hay una verdadera comunión con el elemento, y en ella sobreviene la primera y más importante meditación/reflexión del día.
El tiempo total empleado desde levantarme a salir de casa con la actividad ya incorporada es variable, largo, pero variable. La forma empleada por mí para participar de manera comprometida con el movimiento Slow tal vez no sea un buen referente, ni pretende serlo.
Simplemente me identifica como un seguidor( por libre) del movimiento y aunque en el título de esta crónica hablo de fin de semana, como todo va despacio y lleva su tiempo, hablaré de ello más adelante ( es la condición de slow)
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