LLoro, nos dice el bebé al nacer, no ves como me agito al llorar?, no ves como mi cuerpo y mis manos se estremecen?.
Mi cuerpo es tan sensible que hasta tus labios me duelen. Pero, aunque me duelan, madre, bésame, acaríciame. Necesito abrazos, te necesito, Quiéreme!, por favor.
Pero, nuestro cerebro de adultos, inacapaz de comprender el dolor del niño, nos dice que debemos estar contentos.
El bebé ha nacido, está vivo- para nosotros este lado es la vida-.
Y ese llanto es, a nusetro entender algo así como un saludo jubiloso, el hosanna del bebé que, como un poseidón, acaba de emerger de las profundidades amnióticas.
Pero no es así. No olvidemos que el bebé al nacer es todo sensibilidad, que no sólo se encuentra con lo desconocido, sino que también entra en este, para él, nuevo mundo con un cuerpo abierto a todas las sensaciones, sin defensas, un cuerpo que es como llaga viva, Y tampoco olvidemos que llega de un lugar en el que la vida se asienta sobre la suave gravidez de un lecho de agua, con luces crepusculares, con sonidos apagados, sofronizantes.
¿Y qué le ocurre a ese pequeño delfín cuando sale a la superficie?
Ese pequeño delfín, de piel suave, que llega a nuestro mundo cansado y dolorido, se encuentra con luces intensas, cegadoras, que hieren los ojos. laro, quién va a preocuparse de esas luces si todo bebé nace con los ojos cerrados.
Ningún bebé nace ciego a la luz. Al salir, todo bebé abre curiosamente los ojos, abre unos inmensos y maravillosos ojos que rápidamente tiene que cerrar cegado, herido por los focos.
Y, en ese instante, cuando venía de la penumbra, lanza su primer y más desgarrador grito.
Y lo mismo ocurre con los sonidos. Nada más sensible y frágil que los oidos del bebé. Esos oidos, de un organismo acuático, oidos hechos para el murmullo, oidos que estaban protewgidos por el farallón del vientre materno, se tienen que enfrentar a la brutalidad de bocas que gritan, que rien felices y opinan, con ruidos metálicos, agudos, hirientes, que ensordecen con todo un carrusel de feria que le obliga a llevarse las manos a la cabeza en ademán de insoportable dolor.
Y luego, sin transición, el agua que lava, que se lleva una protección que todavía le es necesaria, esa agua que él siente siempre fría en su cuerpo ahora más desnudo, ese frío que no es sólo tiritar de piel, qe es también y sobre todo expresión emocional de abandono, de no amor.
Y la toall!, el rudo frote de la lija sobre una piel sin casi epidermis.
Esa lija que quema, que es fuego sobre la lavada piel de delfín del bebé. Piel suave, que hasta ese momento tan sólo había conocido la caricia de las mucosas maternas.....Continuará..
Mi cuerpo es tan sensible que hasta tus labios me duelen. Pero, aunque me duelan, madre, bésame, acaríciame. Necesito abrazos, te necesito, Quiéreme!, por favor.
Pero, nuestro cerebro de adultos, inacapaz de comprender el dolor del niño, nos dice que debemos estar contentos.
El bebé ha nacido, está vivo- para nosotros este lado es la vida-.
Y ese llanto es, a nusetro entender algo así como un saludo jubiloso, el hosanna del bebé que, como un poseidón, acaba de emerger de las profundidades amnióticas.
Pero no es así. No olvidemos que el bebé al nacer es todo sensibilidad, que no sólo se encuentra con lo desconocido, sino que también entra en este, para él, nuevo mundo con un cuerpo abierto a todas las sensaciones, sin defensas, un cuerpo que es como llaga viva, Y tampoco olvidemos que llega de un lugar en el que la vida se asienta sobre la suave gravidez de un lecho de agua, con luces crepusculares, con sonidos apagados, sofronizantes.
¿Y qué le ocurre a ese pequeño delfín cuando sale a la superficie?
Ese pequeño delfín, de piel suave, que llega a nuestro mundo cansado y dolorido, se encuentra con luces intensas, cegadoras, que hieren los ojos. laro, quién va a preocuparse de esas luces si todo bebé nace con los ojos cerrados.
Ningún bebé nace ciego a la luz. Al salir, todo bebé abre curiosamente los ojos, abre unos inmensos y maravillosos ojos que rápidamente tiene que cerrar cegado, herido por los focos.
Y, en ese instante, cuando venía de la penumbra, lanza su primer y más desgarrador grito.
Y lo mismo ocurre con los sonidos. Nada más sensible y frágil que los oidos del bebé. Esos oidos, de un organismo acuático, oidos hechos para el murmullo, oidos que estaban protewgidos por el farallón del vientre materno, se tienen que enfrentar a la brutalidad de bocas que gritan, que rien felices y opinan, con ruidos metálicos, agudos, hirientes, que ensordecen con todo un carrusel de feria que le obliga a llevarse las manos a la cabeza en ademán de insoportable dolor.
Y luego, sin transición, el agua que lava, que se lleva una protección que todavía le es necesaria, esa agua que él siente siempre fría en su cuerpo ahora más desnudo, ese frío que no es sólo tiritar de piel, qe es también y sobre todo expresión emocional de abandono, de no amor.
Y la toall!, el rudo frote de la lija sobre una piel sin casi epidermis.
Esa lija que quema, que es fuego sobre la lavada piel de delfín del bebé. Piel suave, que hasta ese momento tan sólo había conocido la caricia de las mucosas maternas.....Continuará..
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